martes, 28 de julio de 2015

La creación de los cuentos - Clarissa Pinkola Estés


¿Cómo nacieron los cuentos? Ah, los cuentos vinieron al mundo porque Dios se sentía solo.
¿Que Dios se sentía solo? Pues sí, veréis, el vacío en el principio de los tiempos era muy oscuro.


Él vacío era oscuro porque estaba tan abarrotado de cuentos que ni siquiera uno solo de ellos sobresalía entre los demás.
Los cuentos, por lo tanto, no tenían forma, y el rostro de Dios se desplazaba sobre el abismo, buscando y buscando... un cuento. Y la soledad de Dios era muy grande.


Al final, surgió una gran idea, y Dios murmuró: «Hágase la luz.»

Y se hizo una luz tan grande que Dios pudo entonces adentrarse en el vacío y separar los cuentos oscuros de los cuentos de la luz. Como consecuencia de ello, nacieron los claros cuentos del amanecer y también los hermosos cuentos del atardecer. Y Dios vio que eso era bueno.


Ahora Dios estaba ya más animado y, a continuación, separó los cuentos celestiales de los cuentos terrenales, y éstos de los cuentos sobre el agua. Después Dios se complació en crear los árboles pequeños y los grandes y las semillas y plantas de brillantes colores, para que también pudiera haber cuentos acerca de los árboles y las semillas y las plantas.


Dios se rió con satisfacción y su risa hizo que las estrellas y el cielo se colocaran en su sitio. Dios puso en el cielo la luz dorada, el sol, para que gobernara el día, y la luz plateada, la luna, para que gobernara la noche. Y Dios creó todo eso para que hubiera cuentos de las estrellas y la luna, cuentos acerca del sol y cuentos sobre todos los misterios de la noche.


Tan satisfecho estaba Dios de lo que había hecho que se dedicó a crear los pájaros, los monstruos marinos y todas las criaturas vivientes que se mueven, todos los peces y las plantas que hay bajo el mar, y todas las criaturas aladas, todo el ganado y las cosas que se arrastran, y todas las bestias de la tierra según su especie. Y de todo ello surgieron cuentos sobre los mensajeros alados de Dios, y cuentos de fantasmas y monstruos, y cuentos de ballenas y peces, y otras historias sobre la vida antes de que la vida supiera de sí misma, sobre todo lo que ahora tiene vida y todo lo que algún día cobrará vida.
Y, sin embargo, a pesar de todas estas prodigiosas criaturas y todos estos soberbios cuentos y de todos los placeres de la creación, Dios seguía sintiéndose solo.


Entonces Dios se echó a andar y a pensar, a pensar y a andar y, ¡por fin!, a nuestro gran Creador se le ocurrió la idea. «Ya está. Hagamos a los seres humanos a nuestra imagen y semejanza. Dejemos que cuiden de todas las criaturas de los mares y del aire y de la tierra, y que éstas cuiden a su vez de ellos.»


Así pues, Dios creó a los seres humanos a partir del polvo de la tierra y les insufló el aliento de la vida, y los seres humanos se convirtieron en almas vivientes: Dios los creó hombre y mujer. Y, en cuanto los hubo creado, cobraron vida de repente todos los cuentos relativos a la existencia humana, millones y millones de cuentos. Y Dios los bendijo a todos y los puso en un jardín llamado Edén.


Ahora Dios paseaba por los cielos todo sonrisas, porque ya no estaba solo. No eran cuentos lo que faltaba en la creación, sino más bien, y muy especialmente, los seres humanos emotivos que pudieran contarlos.