miércoles, 21 de mayo de 2014

Un cuento para antes de dormir–Adriana Romano

 

La Olivetti tecleaba y cuando lo hacía solías sentarte a escucharla porque ella siempre te contaba algunas cosas interesantes o te avisaba. Es lo que hizo el miércoles pasado, y vos, justamente ese día, no quisiste prestarle atención; te levantaste de mal humor, con las cervicales doloridas, diciendo que habías tenido un mal sueño. También las mandíbulas estaban tensas, apretados los dientes con los dientes, y te sentías peor que nunca o que otras veces, como si en lugar de haber dormido seis horas hubieras atravesado la noche perseguido por lobos o acechado por mariposas. Por eso no la escuchaste, porque ella te avisó y bien que lo hizo y te alertó sobre el peligro que Tai estaba corriendo. Pobrecita Tai que era tan niña, tan oriental, tan cándida, tan solita en el asiento trasero de un coche negro, desdoblada en tres: Tai de la derecha y Tai de la izquierda; y en el medio Tai del medio, tu Tai. La que vos querías y no defendiste y dejaste que se fuera con el que le prometió el té.
Ahora tenés claro qué poco podés hacer para salvarla y que no sirve que abras sus cajones y acaricies sus enaguas. Nada te la devolverá. Ni la vieja Olivetti que también la perdió en una encrucijada, seducida por el vuelo de unas águilas en las montañas del norte. Ayer tuviste una breve esperanza: te pareció escuchar que mencionaba un auto negro, pero pronto te decepcionaste, entendiste que era otra historia y que el auto negro no era el de Tai sino el de un secuestrado, un FAL y un grupo guerrillero. Aunque que te pases el día alerta, atento a las teclas, es inútil. La historia de Tai se perdió y vas a vivir ignorando si consiguió el té o si creció y ahora se hacina en Londres como refugiada, limpiando los baños del aeropuerto o, si disimulada en Tai de la derecha y Tai de la izquierda, se nacionalizó francesa y vive en París trabajando de día en la embajada China y de noche en Montmartre. Lo que sí sabés ahora es que nunca, pero nunca, ni siquiera cuando hayas pasado una mala noche, se abandona una historia a mitad de camino porque la máquina de escribir te la pierde.

Adriana Romano